El martes a la noche me sentía más vacío que de costumbre, el mundo tenía dientes y podía morderme. Aburrido, sin ninguna motivación, fui a "El Ruedo" y me pedí una de esas pizzas con ananá y cerezas, para evadirme un poco. Fue injusto: tardaron mucho en traerla y la devoré en segundos. Le pedí el diario al mozo y me lo dio ocho minutos después, de mala gana. Sin embargo le dije "gracias", con una sonrisa. Vi a mi alrededor las parejitas felices y abrazadas a pesar del calor. Tomé una birome y marqué los servicios de acompañantes más cercanos al lugar donde me encontraba. Me decidí por uno, pague la cuenta y partí.
Era una prostituta hermosa, no tanto como Melina Passadore. Pero casi, casi. Una brasilera descendiente de alemanes, blanquísima, con senos turgentes. Le tiré dos billetes de cincuenta pesos y la abracé llorando. Le pedí que me dijera "Te quiero un montón, Edgardo" pero el resultado fue desastrozo, el castellano le costaba bastante. La puta me miraba desconcertada porque ya habían pasado veinte minutos y mis pantalones seguían puestos. Cuando se cumplió la media hora un toc toc me avisó que mi tiempo se había terminado.
Entonces fui a Sacoa a ver cómo las quinceañeras jugaban al Pump. Destacó una que se hacía llamar "Dalila", una flogger con pocos recursos. Le pregunté si le podía invitar un trago o una hamburguesa. Me dijo: "volá". Uno de sus amiguitos de catorce años me miró amenazante.
Llegué al depto y me puse a preparar una gelatina Exquisita, sabor frambuesa, pero tardaba mucho en hacerse.
Como unas cuatro horas.